¡Todo pasó tan rápido!
Sin que Elsa lo supiera (y aunque lo hubiese sabido, no lo
habría entendido) en el mismo edificio y con el mismo propósito que ella, había
dos personas más. Uno de ellos tenía conocimiento de la presencia de los otros
dos, el tercero no sabía que uno de los tiradores había invitado a una persona
aparte de ellos. En resumen, la única que no tenía ni puñetera idea de lo que
pasaba a pocos metros de su posición en el 5º C, era Elsa. Dado que ella no era
ni propietaria ni había estado en ese lugar antes de la madrugada anterior,
nada le resultaba ni diferente ni extraño.
El 2º tirador, ubicado en el ático, había dispuesto unas
cámaras escondidas en la ventilación del salón de cada piso con vistas a la
calle 101 y controlaba desde su móvil, los movimientos de sus compañeros de
misión. Hasta él llegaba el olor perfumado de Elsa, loción para hombres, imitación
de un perfume de marca. El maquillaje y la peluca no estaban mal, pero Elsa no
había logrado engañar a un experto, de hecho, en opinión del Tirador 2, no
engañaría a un novato, pero a un civil, incluso a un político y a la policía
tal vez.
El bullicio en la calle era una mezcla de bocinas de autos,
música en potentes altavoces con el tema institucional del partido. Horroroso,
por cierto. ¿Alguien se los habrá dicho? La gente se reunía en torno a una
tarima en forma de media luna con un tablón vertical decorado con pendones y el
nombre del candidato y un lema de con todos los números para una campaña
perdedora. Desde su taburete, Elsa tenía una cobertura visual amplia, al igual
que los otros dos que también esperaban el momento justo para completar “el
plan” que parecía ser el mismo o muy similar para los tres.
El volumen del ruido de la calle era cada vez peor. Elsa
escuchó un ruido en el rellano un par de pisos abajo, se quedó muy quieta, con
el corazón saliéndose por sus oídos, incluso pensó que cualquiera podría
escuchar sus latidos. El sonido se alejaba a momentos y de pronto, escuchó la
puerta del edificio a calle.
El tirador 2 también escuchó y miró hacia abajo. Uno de sus
clientes salía del edificio reprimiendo el impulso de correr. No llevaba nada
en las manos, tenía la camisa empapada de sudor, caminaba entre la gente
apretando las piernas, como si estuviese aguantando las ganas de cagar. Dejó su
arma en el suelo del terrado con mucho cuidado, así mismo caminó hacia dentro
del edificio y aguardó a escuchar si el tirador 1 claudicaba también. En ese
momento, tuvo que volver a su puesto, pues los gritos de reivindicaciones y
consignas de los asistentes al mitin se
alzaban por encima de la voz del funcionario de PCR. Sobre la cabeza del
presidente había suspendida de unos hilos de nylon, una gigantesca cigüeña
blanca de cartón perfilada con las alas extendidas y la cabeza con el largo pico señalando al
cielo.
Elsa vio a ese hombre salir del edificio y aunque aquello le
ponía nerviosa, el bullicio de los manifestantes, los pitidos, la música, los
cánticos aupando al presidente y dos de sus ministros le devolvieron a su plan.
En un instante solo fue capaz de escuchar la música y algunos gritos histéricos.
Vio caer al ministro de trabajo y al vicepresidente de gobierno. La imagen de
un hombre muy alto cubriendo el cuerpo agazapado del jefe del gobierno. Sentía
que su corazón se había detenido y había dejado de latir, pero respiraba casi
normalmente. Guardó el arma en su estuche, se guardó los guantes en el bolsillo
del pantalón, se puso la chaqueta y con el maletín en mano, salió del piso y
comenzó a bajar las escaleras resistiéndose a apresurar el paso.
Cuando salió del edificio ya había repasado al menos cinco
veces el recorrido que haría hasta la casa de sus padres donde vivía su
hermano. La gente seguía corriendo y moviéndose erráticamente para ponerse a
cubierto y evitar ser alcanzado por una bala. La policía ya se había dispersado
para evitar que alguien se acercara a la plataforma en la que paramédicos que a
saber de donde habían salido igual que la ambulancia, intentaban subir a los
dos hombres heridos en las camillas. Elsa no se detuvo a mirar, aceleró el paso
imitando a la muchedumbre que corría por doquier. Cruzó la calle y se dirigió
al subterráneo. Como lo suponía, el
túnel del metro estaba atestado de policía. Para ese momento, el tirador 1 ya
se había desecho, lo más discreta y rápidamente que pudo, del maletín. Dos
policías le miraron directamente y se acercaron a ella, pero un tumulto en el
pasillo hacia la línea uno, desvió sus pasos permitiéndole llegar al andén de
la línea que le llevaría al punto donde haría que se perdiera el rastro del
hombre extraño en el que se había convertido para la ejecución de la que se
había designado como su misión de libertad.
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