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8 de marzo de 2015

A todos nos ha pasado por la cabeza matar a un político capt 3

¡Todo pasó tan rápido!

Sin que Elsa lo supiera (y aunque lo hubiese sabido, no lo habría entendido) en el mismo edificio y con el mismo propósito que ella, había dos personas más. Uno de ellos tenía conocimiento de la presencia de los otros dos, el tercero no sabía que uno de los tiradores había invitado a una persona aparte de ellos. En resumen, la única que no tenía ni puñetera idea de lo que pasaba a pocos metros de su posición en el 5º C, era Elsa. Dado que ella no era ni propietaria ni había estado en ese lugar antes de la madrugada anterior, nada le resultaba ni diferente ni extraño.
El 2º tirador, ubicado en el ático, había dispuesto unas cámaras escondidas en la ventilación del salón de cada piso con vistas a la calle 101 y controlaba desde su móvil, los movimientos de sus compañeros de misión. Hasta él llegaba el olor perfumado de Elsa, loción para hombres, imitación de un perfume de marca. El maquillaje y la peluca no estaban mal, pero Elsa no había logrado engañar a un experto, de hecho, en opinión del Tirador 2, no engañaría a un novato, pero a un civil, incluso a un político y a la policía tal vez.
El bullicio en la calle era una mezcla de bocinas de autos, música en potentes altavoces con el tema institucional del partido. Horroroso, por cierto. ¿Alguien se los habrá dicho? La gente se reunía en torno a una tarima en forma de media luna con un tablón vertical decorado con pendones y el nombre del candidato y un lema de con todos los números para una campaña perdedora. Desde su taburete, Elsa tenía una cobertura visual amplia, al igual que los otros dos que también esperaban el momento justo para completar “el plan” que parecía ser el mismo o muy similar para los tres.
El volumen del ruido de la calle era cada vez peor. Elsa escuchó un ruido en el rellano un par de pisos abajo, se quedó muy quieta, con el corazón saliéndose por sus oídos, incluso pensó que cualquiera podría escuchar sus latidos. El sonido se alejaba a momentos y de pronto, escuchó la puerta del edificio a calle.
El tirador 2 también escuchó y miró hacia abajo. Uno de sus clientes salía del edificio reprimiendo el impulso de correr. No llevaba nada en las manos, tenía la camisa empapada de sudor, caminaba entre la gente apretando las piernas, como si estuviese aguantando las ganas de cagar. Dejó su arma en el suelo del terrado con mucho cuidado, así mismo caminó hacia dentro del edificio y aguardó a escuchar si el tirador 1 claudicaba también. En ese momento, tuvo que volver a su puesto, pues los gritos de reivindicaciones y consignas  de los asistentes al mitin se alzaban por encima de la voz del funcionario de PCR. Sobre la cabeza del presidente había suspendida de unos hilos de nylon, una gigantesca cigüeña blanca de cartón perfilada con las alas extendidas  y la cabeza con el largo pico señalando al cielo.
Elsa vio a ese hombre salir del edificio y aunque aquello le ponía nerviosa, el bullicio de los manifestantes, los pitidos, la música, los cánticos aupando al presidente y dos de sus ministros le devolvieron a su plan. En un instante solo fue capaz de escuchar la música y algunos gritos histéricos. Vio caer al ministro de trabajo y al vicepresidente de gobierno. La imagen de un hombre muy alto cubriendo el cuerpo agazapado del jefe del gobierno. Sentía que su corazón se había detenido y había dejado de latir, pero respiraba casi normalmente. Guardó el arma en su estuche, se guardó los guantes en el bolsillo del pantalón, se puso la chaqueta y con el maletín en mano, salió del piso y comenzó a bajar las escaleras resistiéndose a apresurar el paso.
Cuando salió del edificio ya había repasado al menos cinco veces el recorrido que haría hasta la casa de sus padres donde vivía su hermano. La gente seguía corriendo y moviéndose erráticamente para ponerse a cubierto y evitar ser alcanzado por una bala. La policía ya se había dispersado para evitar que alguien se acercara a la plataforma en la que paramédicos que a saber de donde habían salido igual que la ambulancia, intentaban subir a los dos hombres heridos en las camillas. Elsa no se detuvo a mirar, aceleró el paso imitando a la muchedumbre que corría por doquier. Cruzó la calle y se dirigió al subterráneo.  Como lo suponía, el túnel del metro estaba atestado de policía. Para ese momento, el tirador 1 ya se había desecho, lo más discreta y rápidamente que pudo, del maletín. Dos policías le miraron directamente y se acercaron a ella, pero un tumulto en el pasillo hacia la línea uno, desvió sus pasos permitiéndole llegar al andén de la línea que le llevaría al punto donde haría que se perdiera el rastro del hombre extraño en el que se había convertido para la ejecución de la que se había designado como su misión de libertad. 

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